Jag Hashavuot, o simplemente Shavuot, es una de las Tres
Peregrinaciones en las que, conforme al Mandato Bíblico, la población total de
Israel debía peregrinar a Jerusalem, durante la época en que el Beit Hamikdash
—Gran Templo de Jerusalem— existía. Las otras dos oportunidades en que así
debían hacerlo, eran Pesaj y Sucot.
Estas Festividades fueron encomendadas al pueblo de Israel
simultáneamente con su constitución como pueblo, a fin de inmortalizar y
mantener vivo el recuerdo de aquellos magnánimos eventos, acaecidos durante el
proceso que los convirtió en el "pueblo preciado" del Creador: el
Éxodo de Egipto, la Entrega de la Torá, y el devaneo de 40 años en el inmenso y
temible desierto, bajo la constante protección Divina.
La Festividad de Pesaj nos introdujo a la libertad física,
de la esclavitud egipcia.
La Festividad de Shavuot nos sustrajo, con la entrega de la
sagrada Torá, de los "49 portones" de impureza de Egipto, de la
esclavitud del alma, de la opresión espiritual.
La Festividad de Shavuot hizo patente el nexo de unión
existente entre el Creador y Su pueblo.
Jag Hashavuot —época de la Entrega de nuestra Torá— es la
intermedia de estas tres fechas, tal como la Torá es el punto de unión en la
cadena de eventos decisivos que dieron lugar a la formación de nuestro pueblo.
Solo la Torá puede aseverar la eternidad del judío.
Esta Festividad, Shavuot, tal como las demás, fue munida de
otros nombres que hacen alusión a la Tierra de Israel y al Beit Hamikdash —el
Gran Templo de Jerusalem—.
"Jag Hakatzir" —'Fiesta de la Cosecha'—, en
rememoración de los "Shtei Halejem" —la ofrenda de 'dos panes' de
trigo— que se traía al Templo de Jerusalem proveniente del cereal recién
recolectado.
Asimismo, recibe también la denominación de "Jag
Habikurím" — 'Fiesta de las Primicias'— en vista de que a partir de esta
fecha los judíos solían traer al Templo las primeras frutas que habían
madurado.
Sin embargo, hay un punto que destaca al nombre "Época
de la Entrega de la Torá" de los demás.
Los otros nombres están estrechamente ligados a una
situación específica reinante cuando el Beit Hamikdash brillaba con todo su
esplendor, en la Santa Ciudad de Jerusalem.
La alegría que emana del recibimiento de la Torá, empero, es
diferente. Se trata de un júbilo eterno, apropiado a cada lugar y época, y bajo
cualquier circunstancia.
En cada país del mundo, en tanto haya allí población judía,
Shavuot es festejado como el día en que nuestro pueblo recibió la Torá.
Y precisamente, a ello se debe que la Torá no haya sido
entregada en la Tierra de Israel. Por el contrario, este magnánimo evento al
que nos referimos vio por escenario las vastas arenas del desierto, una zona
inhóspita y deshabitada, una legítima "tierra de nadie"
Con ello el Creador pretendía instruirnos en la
aleccionadora idea de que la Torá no se encuentra supeditada a las limitaciones
que imponen el espacio geográfico o el tiempo, y es responsabilidad nuestra
preservar el cumplimiento de sus preceptos bajo toda situación, ya sea en la Tierra
de Israel, en la diáspora, y aún en el desierto, tierra desolada.
Los días de Sefirat Haomer —la cuenta del Omer que se
realiza desde Pesaj hasta Shavuot— constituyen un nexo singular entre ambas
festividades. Las siete semanas unen la epopeya del Éxodo de Egipto con aquella
que rememora la Entrega de la Torá, festividad que nuestros Sabios han llamado
también con el nombre de "Atzeret"
De ello aprendemos que la liberación física de las cadenas
egipcias constituían tan sólo un paso de preparación para la libertad
espiritual, a cuyo punto culminante se arribó frente al Monte Sinaí.
No es suficiente el goce de la libertad para hacer lo que se
quiere sino que se debe ser dueño de la libertad para hacer lo que se debe.
El hombre puede encontrarse en un estado de esclavitud bajo
el dominio de otros seres humanos, tal como puede ser esclavo de sí mismo.
Con la entrega de la Torá, el Todopoderoso nos suministró el
medio más adecuado y eficaz para desligarse y alcanzar la total libertad de las
conductas y costumbres negativas, acercándonos a la verdad absoluta, el sincero
y devocionado servicio a El.
Desde el día en que fuera creado el universo, hasta el
momento en que tuvo lugar la Entrega de la Torá, habían transcurrido 2448 años.
Durante todo este lapso de tiempo, el Creador retuvo la Torá en sus Tesoros
Celestiales, a la espera de que el pueblo judío, llegado el momento, expresara
"Haremos y Estudiaremos".
Todo el universo había sido creado para este momento de
elevación sublime.
Salvaje y cruel hubiera sido el mundo sin la Torá.
Aún hoy es salvaje y cruel, en aquellas dimensiones en que
la Torá no significa vara de medición para la conducta humana.
Sin embargo, el gran momento de la Entrega de la Torá había
llegado, momento en que todos los corazones del pueblo judío se unificaron con
un único cometido, con una sola intención: brindar perfección a la intención
Celestial propuesta con la creación, indicada por su artífice, Di-s.
En ese instante adquirimos el verdadero sentido de pueblo,
el pueblo elegido por Di-s, el pueblo de Di-s, y por ende el pueblo eterno —
eternidad emanada de la Torá eterna, entregada por el Eterno, bendito sea.
Fuente: Aish Latino
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